Los empleados de la funeraria, parecían cuervos, tiesos y negros. Negros eran también los coches alineados en el camino que conducía a la iglesia; también
nosotros íbamos de negro, los que formábamos
aquel grupo desmañado y patético que aguardaba
a que levantaran a hombros el féretro y a que el
sacerdote, otro cuervo de negras vestiduras, acabara
de ajustarse los ornamentos de su ministerio.
Y de pronto los verdaderos cuervos alzaron el vuelo
desde los árboles y los campos y, como si fueran
trozos de papel ennegrecido desprendidos de una
hoguera, trazaron un remolino ascendente y
aletearon en círculos graznando sobre nuestras
cabezas. Dadas las circunstancias, aquel sonido
debería haberme parecido angustioso y melancólico,
pero, muy al contrario, me hinchó de júbilo el
corazón, lo mismo que el grito del búho la noche
anterior y el lejano chillar de las gaviotas en la
madrugada. Con un nudo en la garganta, me dije:
¡Es real. Es ahora. Estamos aquí En casa!
nosotros íbamos de negro, los que formábamos
aquel grupo desmañado y patético que aguardaba
a que levantaran a hombros el féretro y a que el
sacerdote, otro cuervo de negras vestiduras, acabara
de ajustarse los ornamentos de su ministerio.
Y de pronto los verdaderos cuervos alzaron el vuelo
desde los árboles y los campos y, como si fueran
trozos de papel ennegrecido desprendidos de una
hoguera, trazaron un remolino ascendente y
aletearon en círculos graznando sobre nuestras
cabezas. Dadas las circunstancias, aquel sonido
debería haberme parecido angustioso y melancólico,
pero, muy al contrario, me hinchó de júbilo el
corazón, lo mismo que el grito del búho la noche
anterior y el lejano chillar de las gaviotas en la
madrugada. Con un nudo en la garganta, me dije:
¡Es real. Es ahora. Estamos aquí En casa!