En el momento de su muerte, Felipe II atesoraba un pergamino, partes del cual serían redescubiertas en El Escorial casi quinientos años después. Aquel escrito, analizado hasta la extenuación por algunos estudiosos judíos sefardíes, parecía revelar un magnífico misterio enterrado en la noche de los tiempos y que, de completarse, resolvería el título que lo sellaba: etemenanki, la llave maestra para comprender el lenguaje común entre los hombres y Dios.